Hoy cerré una puerta. No podía más. La espera, la intriga, la decepción.

Hace un tiempo llamé a su puerta virtual y no respondió. Toqué a la puerta de nuevo a los días y una vez más. Justo el día que había decidido descargar mi rabia contra la puerta, decirle que lo había prometido, que había prometido no volver a desaparecer. Justo cuando tenía mi puño cerrado a punto de abalanzarse contra la puerta, respondió.

Tiempo, me pedía tiempo para pensar. Se disculpaba por no haberlo dicho antes. Por no haber iniciado el silencio con un aviso, con una simple nota. Y de nuevo el silencio.

Me deshice. Pero a la vez entendía lo que me pedía. Claro que me hubiese gustado esa pequeña nota antes, pero se había disculpado por ello. La gente tiene derecho a equivocarse. Así que lo intenté aceptar.

Pasaron los días, las semanas y nada. Su puerta cerrada. Toqué a ella suavemente, la acaricié para decirle que estaba ahí mientras las lágrimas recorrían mis mejillas. Nada.

Hasta hoy. Hoy me di cuenta de que no es una sola puerta. Que son dos puertas. Como las puertas que hay en los hoteles que comunican una habitación con otra. Descubrí que yo también tenía la mía. Y la cerré.

Tres veces es demasiado. Tres desapariciones es un número demasiado alto para tener que seguir aguantándolo. Y más después de una promesa tras la primera vez. ¿Cuántas veces más prometerá no desaparecer? ¿Cuántas veces hasta comprender que es así? Que es su forma de gestionar la situación y de que no podemos tener una amistad.

Os confieso que me aferré a esa idea: una amistad. Te quiero en mi vida, le susurré una vez.

Hasta hoy. Hoy no quiero que esté en mi vida. Trabajar en el olvido una y otra vez, una y otra vez… Cuando ya me siento mejor, entonces aparece como si nada. No. Ya no.

Hoy mi puerta se cierra para mantenerse así. Lo superaré, sé que lo hare. Esta vez quiero superar la situación y no volver a abrir la herida.

Al final ganaste, al final tenías razón. No es posible una amistad.

Acción Inspira