El otro día se dio una situación que hasta el momento no se había dado de forma tan clara.
Siempre que he comentado que estoy en un proceso de In Vitro, suelo hacerlo con una frase parecida a esto: «No suelo hablar de ello porque a veces no me apetece hablar de ello y no quiero que me estén preguntando». Que introduzca esta frase no es una casualidad, es porque de esta forma las personas que lo saben no me suelen preguntar. Hay excepciones y entonces lo recuerdo de alguna manera sutil. Pero en general no he tenido que poner unos límites muy fuertes.
Hasta el otro día.
Me llamó mi madre. Esto ya es raro. Para que os hagáis una idea, me fui un año a vivir a EEUU y llamé yo a mi madre a los tres meses. Ella ni me había llamado. No me mal entendáis, no es algo que me moleste. Así que cuando me llamó el otro día ya sabía que me iba a preguntar algo sobre el proceso.
Después de cuatro palabras entonces llegó la pregunta: «Oye, ¿al final fuiste o no a la clínica?». En realidad lo que estaba preguntando es si ya me habían hecho la transferencia o no. Y yo había decidido que no me apetecía compartir esa información con nadie. Así que le respondí «no me apetece hablar de ello». A lo que su respuesta fue «bueno, pero dime solo si fuiste o no».
¿Entendéis ahora porque prefiero poner límites fuertes en una conversación inicial? Porque así no tengo que ponerlos después que resulta mucho más incómodo.
Mi respuesta fue: «Mamá, te cuelgo».
Nos despedimos y colgué. Si hubiese vuelto a preguntar, hubiese colgado sin despedirme.
Sí, es mi madre. Pero ¿sabéis qué es más importante? Que es mi vida, es mi proceso y comparto lo que me da la gana de él. Y si no quiero compartir algo, no tengo por qué y no tengo por qué dar explicaciones. Y por supuesto, no tengo por qué sentirme culpable por no querer compartirlo.
Respetemos, en general, cuando alguien no quiere hablar de lo que sea. No solo de un proceso de reproducción.
Hacía relativamente poco que ocurrió con ella otra situación, en ese caso algo absurda en mi opinión. Resulta que estábamos hablando tranquilamente y de pronto me hizo una pregunta sobre el proceso. Me preguntó si ya sabía cuántos embriones habían quedado y se lo compartí. Acto seguido me preguntó: «Oye, y en la comida de mañana, si alguien te pregunta sobre el proceso, ¿qué vas a decir?». Mi respuesta fue clara: «Pues dependerá. Si me apetece compartir algo, lo haré. Si no me apetece diré que no me apetece. Y si alguien insiste acabaré con un mi proceso, mis normas«. Vamos, que tenía claro que iba a poner límites y muy fuertes. ¿Por qué poner límites fuertes? Porque para mí a veces es mejor poner un límite fuerte que no tener que poner veinte más suaves y acabar yo hasta los mismísimos cojones.
Lo absurdo de la situación fue que empezó a hacer un discurso sobre «Es que la gente se mete en todo y no en sus vidas». Ella. Que acababa de preguntarme sobre el proceso en la frase anterior. Ella inició un discurso que se podía aplicar a sí misma. No, no se dio cuenta de lo absurdo de la situación. Y no, no le dije que era exactamente lo que acababa de hacer ella, porque no tenía intención de seguir con esa conversación. Así a la que pude, metí baza y cambié de tema.
Como conclusión: por favor respetad que no queramos hablar de ello. Respetad que cada persona tiene su proceso y hay personas con las que nos apetece compartir y con otras no. O que hay momentos.
Y para nosotras, recordarnos que si alguien se indigna, pues santas pascuas. Ya tiene dos problemas.
0 comentarios