– Hola, ¿cómo estás?

Sin respuesta

– Hoy he pensado en ti

Sin respuesta

– ¿Te pasa algo conmigo?

La respuesta llegó días más tarde, justo el día que lo iba a enviar a la mierda. Justo el día en que le iba a recordar que me lo prometió, prometió no volver a desaparecer de mi vida y ahí estaba de nuevo. Justo en ese día, llegó la respuesta.

– Estoy intentando verte como amiga. Decidí no hablarte. Debería habértelo dicho. Necesito más tiempo.

Y así, volvió a desaparecer.

Lo entendí. Sabía que era lo mejor. Yo también lo había intentado, yo también había hecho lo posible por resistir la tentación de ponerme en contacto. Yo también había intentado olvidarme…

Pero sé que no puedo. Lo intenté durante años. Años convenciéndome de que no era más que una ilusión en un recuerdo. Nada más. Y durante un tiempo, mientras desapareció, llegué a creerlo. Hasta que estuvo delante de nuevo. Y entonces una ola de rabia llegó. Quería pegarle, quería apartarlo, quería darle una hostia y decirle que se metiera esa sonrisita suya donde le cupiese.

En lugar de eso puse una sonrisa fría, protegiéndome. Y le saludé amablemente. Todo lo amablemente que mis células me permitieron.

Me prometí que no importaba, que no era nadie, que así como había aparecido se esfumaría de nuevo y yo volvería a mi vida. Unos días de aguantar un rato.

Jugó bien sus cartas, buscó cómo acercarse y aunque lo vi como una serpiente, aunque vi cómo se acercaba y me acechaba, me dije que era solo fruto de mi imaginación. Que no era cierto. Que solo era mi propio deseo de que fuera real. Solo un rato más y todo volvería a la normalidad. Todo volvería a la normalidad, volvería a olvidar nuestras conversaciones, volvería a olvidar nuestras miradas, volvería a estar a solas con mis pensamientos. Sin que estuviera en ellos. Que tal vez estaría unas semanas en ellos, nada más.

Me mentí estupendamente (o estúpidamente) hasta que tuve sus labios sobre los míos. ¡Mierda!

Lo aparté. Era fácil. El beso era totalmente desconexo, así estaba segura de que seguiría siendo fácil mi planificación mental.

¡Qué ingenua!

Volvió a acorralarme y esta vez me hizo temblar. Temblar hasta que mi cuerpo dijo basta. Temblar solo con unos besos y unas caricias. Nada más. No permití nada más. Su olor completamente impregnado en mi ropa. Me descubrí oliéndome los puños de las mangas que habían estado cerca de su cuello y fantaseando con volver a tener mis labios en él.

Me hizo estremecerme solo con unos susurros, con sus miradas, con sus manos buscando mi espalda. Me controló, me hipnotizó. Perdí el norte y me daba igual.

Hasta que volví a la realidad: iba a volver a desaparecer y ese dolor iba a volver de nuevo. Las lágrimas, el dolor, la ausencia… Prometió no desaparecer esta vez y casi le creí.

Regresó, dos veces más. Y la última… No tengo palabras para esa vez. No me hizo temblar. Podría sonar decepcionante, pero nada más lejos de la realidad.

Obligó a mi cuerpo a perder todas sus fuerzas una y otra vez. Me obligó a mirarle a los ojos mientras lo saboreaba. Los besos… Los mejores besos que he podido disfrutar. Atraparlo entre mis brazos y mis piernas. Apretarlo más y más sobre mí. Sentir cómo me llenaba y yo no poder imaginar que pudiera existir nada mejor que ese momento.

Sé que lo mejor es olvidarnos, mi mente lo sabe, sabe que es lo mejor. Mi cuerpo… bueno, cada célula de mi cuerpo te reclama, cada átomo de mí te suplica. Mis pensamientos no paran de ensoñarte. ¿Y si…? No paran de tenerte, de enviarte mensajes a través de un vínculo imaginario que sé que no recibes. Siento una conexión que no puedo explicar.

He intentado olvidarte. No sé cómo hacerlo. Y por mucho que me esfuerce en hacerte desaparecer, cada día estás en mis pensamientos. Ojalá tú sí lo consigas. Te lo mereces, yo supongo que merezco este sufrimiento.

Acción Inspira