En este post os relataré mi experiencia con el tema de las hormonas. Así que es un texto que estará escrito en diferentes días y seguramente con emociones diferentes…
La compra de la jeringa
Hoy he ido a la farmacia a comprar el primer vial de hormonas que tendré que empezar a pincharme en tres días. Comprarlo ya ha sido una experiencia.
Lo encargué ayer en la farmacia y al ir a buscarlo hoy, la chica que me estaba atendiendo no me entendía. Primero me ha dicho que no había nada, luego que sí, luego me ha preguntado si tenía un papelito, si lo había encargado por teléfono… Yo estaba allí de lo más confundida. Había ido el día anterior y se lo había encargado a alguien en persona y no tenía ningún papelito. Finalmente lo ha encontrado y me lo ha dado.
Al pagarle ha contado el cambio como cinco veces, no os exagero. Yo estaba flipando. Y no se me ha ocurrido otra cosa que hacerle una pregunta sobre otro medicamento que tengo que tomar.
En la clínica me dieron unas 7 recetas. Sí, sí 7 recetas. Y me habían dicho que comprar una cosa y que encargara otra. Estando en la clínica me quedó clarísimo cuál era la otra que tenía que encargar. Pero poniendo un pie fuera de la clínica, ya me había quedado en blanco. Esto no sé si será habitual, pero yo creo que con los nervios entiendo todo cuando me lo explican y luego hago un reset. Menos mal que Erik estaba conmigo y le puedo consultar y me hace de cámara de seguridad de mi mente en esos momentos.
Pues bien, le he enseñado la receta que yo creía que era y le he preguntado si también era un vial. Porque estaba segura de que era esa y si me decía que era un vial, entonces ya estaría mega segura. Primero me ha dicho que no, luego lo ha tecleado como 8 veces, luego me ha dicho que sí lo era, luego que había dos tipos de caja (la de 1 y la de 6)… En la receta indicaba claramente un 6. Era una receta médica y yo soy mala leyendo según que caligrafía, pero el 6 se veía claro. Luego me ha dicho que preguntara exactamente qué tenía que encargar porque veía que yo no lo tenía claro. Me he quedado con cara de «¿Qué me estás contando? Pues quiero encargar lo que pone en la receta» y ha decidido llamar a sus compañeras. Yo he respirado mejor sabiendo que había otra persona para atenderme.
Han llegado dos compañeras y una ha podido leer claramente lo que decía después del 6, que era «viales». Así que efectivamente tenía que encargar la de 6 viales. Le he explicado a esta nueva persona que tenía que encargar esta cosa de 6 viales y una segunda jeringa de lo que me estaba llevando y que lo necesitaba para el día 7. Pero que no era 100% seguro porque el mismo día 7 tenía que ir a la clínica y me confirmarían exactamente lo que necesitaba. La persona que me estaba atendiendo ahora ha puesto cara de no entender del todo, pero entendía el mensaje de poder encargarlo y que lo devolvía ella al almacén si finalmente yo no lo usaba.
En ese instante una tercera persona ha comentado, como explicación a su compañera, que es porque el día 7 me iban a decir si tenía que seguir o no. La he mirado y he agradecido que supiera para qué era. Os juro que me he emocionado incluso. Algo en mí se ha relajado, me he sentido vista. He sentido que alguien estaba entendiendo lo que estaba haciendo sin necesidad de tener que explicarlo todo, simplemente sabiendo lo que era ya sabía lo que tenía que hacer o lo que no. Y ha sido ella quien ha hecho los comentarios que necesitaba la compañera para ver cómo lo hacía.
Ya veremos cómo sigue la historia con la farmacia. Ya os digo yo que evitaré a toda costa que me atienda la primera que me ha atendido hoy. Haré como que me hato un zapato aunque lleve chanclas solo para dejar pasar a quién sea…
Primer pinchazo
Tenía que pincharme entre las 21h y las 23h. Pues bien, me dio por abrir la caja y empezar a leerme las instrucciones sobre las 22:50h. No había sido capaz de abrir antes la caja por el miedo que me da pincharme.
Leyendo las instrucciones en la encimera de la cocina, porque las acababa de sacar de la nevera. A la tercera página ya estaba mareadísima. Porque sí, las agujas me dan miedo. No me gusta pincharme. Y tener que pincharme yo, es un horror.
De hecho hace unos meses me operaron de la rodilla y tuve que ponerme heparina. La primera vez que me intenté clavar la aguja tuve un ataque de pánico. Empecé a llorar sin parar. Sola en casa. Solté la aguja sobre la mesa y un rato más tarde, cuando llegó Erik me encontró aún llorando. Yo ya había decidido que no me la iba a poner sola, pero el ataque ya había creado su semilla y yo no podía parar de llorar. Al tercer día fui capaz de ponérmela yo sola.
Pues bien, no quería que me pasara lo mismo. Si ya había sido capaz de ponerme la heparina, tenía que ser capaz de clavarme esto durante unas semanas.
Acabé de leerme las instrucciones. Bueno, en realidad solo hasta la parte de pincharme. La parte de tener que guardarla decidí que se la dejaba a Erik. Más que nada porque estaba ya muy mareada, fingiendo que estaba bien porque quería terminar ya. Hice lo que indicaba las instrucciones. La primera vez tiene que salir una gotita y no salía la maldita gotita. Más nervios que se me acumulaban teniendo que mantenerme de pie y retrasando el puñetero pinchazo.
Seguimos las instrucciones para que saliera la gotita y por fin salió.
Me acerqué la aguja y volvió ese miedo. Es una sensación como si me fuera a clavar un cuchillo. Es una sensación muy rara y totalmente irracional. Pero esta vez conseguí meterme la aguja. Y se me olvidó el siguiente paso: empujar el botoncito para que el líquido entrara. Me quedé completamente en blanco. Menos mal que Erik estaba ahí para recordármelo. Luego tener que esperar unos segundos y luego sacarla sin dejar de apretar. Me recordó cada paso. Saqué la aguja, se la di y me senté en el suelo de la cocina. Mareada. No, mareadísima.
Erik siguió las instrucciones para guardarla y me recordó que era mejor habérmela puesto sentada. Sabía que tenía razón, pero es que solo quería que pasara rápido. Cuando pude levantarme me fui al sofá hasta que se me pasó el mareo.
Y ahora son dos pinchazos al día
Pues resulta que a partir del sexto día me ha tocado que en lugar de uno sean dos pinchazos. Seguir pinchando las hormonas y ahora otro diferente que tiene la función de que no ovules. Porque entonces en el momento de que los tuvieran que extraer, ya no estarían ahí…
Y volví a hacer la tontería de leerme las instrucciones en el momento en que tenía que pincharme. ¡Yo es que no aprendo! Me dijeron que podía pincharme todo en el mismo momento y eso hice. No pensaba tener dos momentos de terror en mi día y además tener que estar segura de estar en casa a esa hora dos veces al día.
Las hormonas se pinchan al rededor del ombligo y como lo otro también es subcutáneo pensaba que se pincharía en el mismo sitio. ¡Error! Me puse a leer las instrucciones, con las manos un poco temblorosas al abrirlas y se pincha en la pierna. Un horror más, porque significa hacerlo en otro sitio y mi mente estaba preparada para pincharme en el mismo sitio, así que cambiar de sitio fue una ola nueva de nervios.
Me pellizqué la pierna como indicaba el prospectito, me paralicé unos segundos y metí la aguja. Pica. Las hormonas te las clavas y te olvidas. Esto no. Esto pica, duele más al ser en la pierna y me tiré unos minutos con esa molestia.
Solté la aguja sobre la encimera como había hecho la primera vez que me clavé las hormonas y dejé que Erik lo recogiera. Me enrosqué en el sofá temblando de frío y de nervios y con la mano puesta sobre el pinchazo de la pierna que no dejaba de picar y de doler.
Y a partir de ahora, el resto de días que quedan son así. Dos pinchazos al día.
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